REAL MURCIA -0-0- IBIZA UD

REAL MURCIA: Manu García, José Ruiz, Marc Baró, Alberto, Rofino, Sabit. Isi Gómez (Pedro León, 68), Tomás Pina (Larrea, 76), Dani Vega, Loren Burón (Enol Coto, 83), y Carrillo (Amin, 76). Suplentes: Íker Piedra (ps), Gianni (ps), Andrés López, Carrión, Svidersky y Álex Rubio.

IBIZA UD. Reynet, Unai Medina, Pepe Sánchez, Escassi, Monjonell, Fausto Tienza, Eugeni (Rubén Díez, 84), Jesús Álvarez (Olabe, 56), Patrick Soko (Suleyman, 56), Cedric (Obolskii, 66) y Álex Gallar (Arroyo, 84) Suplentes: Sequeria (ps), Argüelles, Bobadilla, Joseda y Matas.

Árbitro: Pérez Peraza (colegio canario). Amarillas para Marc Baró (27´), Monjonell (30´), José Ruiz (71´), Eugeni (81´), Rofino (86´), Tienza (87´)

Goles: Sin goles.

Incidencias: Nueva Condomina. Menos de 10.000 espectadores en las gradas siendo la peor entrada de la campaña. Minuto de silencio por Juan Baldó, técnico de las categorías inferiores del club grana.

Comentario: Hay partidos que viven en la demagogia. Partidos que se digieren con lentitud, a los que les falta aire y les sobra cemento. Ver al Ibiza, un equipo en PO, favorito a todo, igualarse a la rutina del Real Murcia hace que, en la benevolencia del punto final, sepa mejor la morralla saboreada como caviar. Poco más cuando el partido careció de todo lo deseable para considerarse ameno.

Porque hay veces en las que escribir sobre algo que no ha existido es complicado; puedes divagar, echar mano de tópicos o inventarte una secuencia de contenidos infinitos e irreales para justificarte, pero la realidad es otra. Y esa realidad es la misma para los que estuvieron en el césped, un lugar que fue inhóspito para ejecutar temor al rival y, a la vez, tenue para alimentar en la grada cierta tensión -siempre encubierta por la esperanza en cuanto se pisaba campo contrario, que no área-.

Y es que, entre tantos espacios abiertos y autopistas vacías, el paisaje ofensivo del primer acto murió entre tormentas imaginarias de peligro y falta de tensión. Es evidente que ninguno de los dos equipos estaba para enarbolar la bandera de la calidad en un momento donde la frecuencia cardíaca de ambos no está ni se le espera. Su fútbol les dicta problemas en lugar de alternativas, les sostiene con nervios que se cimentan en zonas sin peligro, para evitar sufrir cerca de sus porterías. No hablamos ya de las áreas, donde ninguno quiso mostrar una exposición de motivos fehaciente para no caer en las vergüenzas de estas últimas semanas.

Por eso, a la construcción de la narración de la primera parte le faltó fútbol, intensidad y, sobre todo, ideas. Novelar una crónica con tan poco es un ejercicio que exige algo más que imaginación. A los rivales, celestes, pero sin ese aura celestial de quien juega como los ángeles, les bastaba creerse que podían, pero sólo hubo piernas, despliegue físico, algún sprint. En estos casos, democratrizar el fútbol iguala en el error.

Y, con esas semejanzas pese a los dictados de la tabla, llegó, en el epílogo de la primera parte, lo único reseñable que podría subrayarse hasta ese momento; un disparo de Dani Vega en el 42´-el único entre los palos- y un penalti -con más nubes que claros- sobre el mismo jugador dos minutos después que el colegiado se tragó. Poca vitamina en las urgencias de dos equipos a los que no les bastaba repartirse migajas.

Con apenas cambio amaneció la segunda mitad; los granas jugando siempre en campo contrario y el Ibiza, paradójicamente haciendo caso omiso al lugar donde se sostienen en la tabla, como un equipo menor, a rebufo del ritmo de un equipo local ofuscado en la creación, pero con bemoles y coraje para, en el desaguisado táctico habitual, arrinconar a los celestes en los suburbios de su área. Porque, en la inercia de jugar mal, el Murcia le puso más ganas sobreviviendo con más regularidad, pese a su falta de compromiso con la pelota. El campo de batalla estaba en las bandas, fundamentalmente anclada la guerra en la diestra, con alternancia de roles entre Dani Vega y Loren Burón, los dos únicos que firmaron con nota su asistencia al choque -conviene destacar también el papel de Alberto, en el centro de la zaga, robando oxígeno constante a Cedric, primero, y al ruso Obolskii, después-.

A falta de instinto asesino, le sobró al cuadro grana posesión. Era sencillo plantar cara a un Ibiza que jugó todo el partido con las luces apagadas, en un permanente cortocircuito ofensivo, sin un aparato propagandístico sobre el césped que justificara su papel en la tabla. Por eso, los de Alfaro merecieron más, mucho más, pero repartir miseria cuando un punto ausculta problemas les hace a ambos pagar penitencia y a la grada exigir una bula a la que no le basta un empate.

Ángel García

@__AngelGarcia__

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