Hoy juega el Murcia. La última vez que el filial del Betis nos visitó, a finales de enero de 2021, pasaron cosas. Ese día terminó por causar otro volantazo en el proyecto del club o, por decirlo de una manera más precisa, devolvió al club a su proyecto de costumbre: el del volantazo continuo.

Fue aquel año de la reestructuración de la Segunda B, en la que nos jugábamos nada menos que cuatro categorías en 24 partidos. Llegaba el Murcia de Adrián Hernández de ganar en Granada y estaba a un punto de la zona de Primera Federación (y a tres del líder) cuando quedaban ocho partidos. Era momento para la templanza, para no fallar, para culminar meses de trabajo, con pandemia de por medio, en un club que quería intentar sobrevivir con cimientos sólidos: la propiedad repartida (el célebre modelo alemán), el trabajo serio de un Consejo de Administración murciano (y murcianista), un entrenador de la tierra (y entusiasta) y una plantilla de bajo coste, muy murciana, en un magnífico intento de reclutar gente comprometida o canterana. Y no iba mal la cosa hasta aquel día, el día de la templanza, el día que no se podía fallar. Entonces, cómo no, el Murcia hizo un partido horroroso, el peor de la temporada en ese momento, el Betis ganó 0-2 y todo saltó por los aires. A tomar por culo la templanza, socio.

Se forjó aquel día, aunque en realidad ya estaba todo algo revuelto, claro; ya se dudaba de Adrián, ya se exigían refuerzos, en ese estado continuo de nerviosismo, ira e histeria que envuelve al Murcia desde que tengo recuerdos. “Hay que estar en Primera Federación sí o sí”, se decía, apelando a los cambios, al volantazo, como si fuera un modelo de éxito asegurado. Aquel proyecto murciano y murcianista se suicidó tras ese partido. Al día siguiente llegó Verza y esa semana los tres retoques previstos terminaron siendo ocho. Un equipo nuevo. Y Adrián Hernández quedó tan tocado que sólo aguantó un par de semanas más, sobre todo con esa nueva plantilla mercenaria que le hizo más fácilmente la cama. Desde entonces, tres años y medio más tarde, han pasado seis entrenadores (y gracias a los dos años completos de Simón) y han sido convocados para jugar con el Murcia más de 150 futbolistas. Más de 150, ojo. En menos de cuatro temporadas. ¿Y qué se ha conseguido? Lo que aquella tarde teníamos a un punto. ¿Qué sería del Murcia sin aquel volantazo? Es algo que nunca sabremos. Nunca, nadie. El fútbol es demasiado imprevisible como para llegar a eso. Nunca sabremos qué hubiera sido del Murcia de los 80 si alguien hubiera dejado trabajar a José Víctor o a Dunai tras perder algún partido. Ni cómo sería el Murcia sin cambiar 20 jugadores año tras año. Un Murcia en el que el brazalete de capitán no lo llevaran futbolistas en su primera temporada en el club. Un Murcia sereno, no frenético. Es algo que nunca sabremos, ni creo que lo veamos, al menos pronto, cuando ya se escucha en el horizonte el griterío sediento de cambios por perder un partido. Mientras tanto, apoyemos a los que salten con las camisas granas hasta el próximo volantazo. Disfrutemos, que hoy es fiesta. Hoy es domingo. Juega el Murcia.

Oliva

@beandtuit

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