REAL MURCIA- 1-0- AD CEUTA
REAL MURCIA: Gianni, José Ruiz, Marc Baró, Alberto, Rofino, Isi Gómez, Tomás Pina (Sabit, 77), Dani Vega (Carrión, 76), Loren Burón (Pedro León, 69) y Carrillo (Amín, 66). Suplentes: Íker Piedra (ps), Andrés López, Álex Rubio, Marcos Mauro, Enol Coto, Svidersky.
AD CEUTA: Pedro López, Aisar (Alain, 73), Saturday, Lolo González, Redru, Uche, Ale Meléndez (Dani Romera, 82), Cristian Rodríguez (Julio Iglesias, 58), Jota (Carlos Doncel, 46), Cedric y Sofiane (Ñito González, 82). Suplentes: Stopajnik (ps), Capa, Manu Rico y Pablo García.
Árbitro: Morales Moreno (colegio andaluz). Amarillas para los murcianos Dani Vega, Tomás Pina, José Ruiz y Sabit. Por lo norteafricanos Pedro López, Cristian Rodríguez, Redru, Saturday, Aisar y Cedric.
Goles: 0-1 (min. 23): Marc Baró transforma un penalti cometido por Pedro López sobre Carrillo.
Incidencias: Nueva Condomina. 18944 espectadores.
Comentario: Vamos a contar mentiras. Hagámoslo sin criterio, con la bufanda mirando la tabla, el alma fantaseando despierta y los sueños abriéndose hueco en los deseos. Poco más cuando Pablo Alfaro, que parece inmolarse día tras día, pero que encuentra oxígeno donde no se le espera, nos ha engañado. Alfaro nos hizo creer en una rutina donde jugar era tan secundario que muchos se olvidaron de hacerlo. Entre jugar y competir eligió lo segundo a costa de conductas tan suicidas que llevaron a jugar en emboscadas donde era más importante salir con vida que llevarse los tres puntos. Extraño ¿no?
Pues el tiempo y ayer, por primera vez el fútbol, le dio la razón al doctor. Jugaron los mejores 45´que se le recuerdan, un fútbol quimérico, mirando al rival a la cara y sin encogerse. Sorprendida la grada, el resto lo hizo un Ceuta desconcertado. Los granas parecían aviones mientras la zaga norteafricana parecía un aeropuerto desbordado. Entre tanta perplejidad, el resto fueron ovaciones, aplausos y ansia rota en cuanto a los de casa se hacían anfitriones del espacio en el campo rival. José Ruiz y Marc Baró se hartaron de exponer virtudes, de hacer largos sus carriles, de sentirse enormes en una camiseta que se les quedó pequeña en el pecho. Colmaron de fútbol sus botas y vindicaron sus fichajes tras los murmullos con los que se vieron forzados a vivir en su llegada; una venganza a base de talento, garra y persistencia. Sobre ellos se creó una obra que se vio expuesta sobre el hormiguero nervioso de los caballas.
Porque el equipo de José Juan Romero se perdió en un plano donde no encontraron su norte. Es un equipo que necesita sentir el balón, acodarse en espacios y crecer mordiendo al rival. Ni sus botas saborearon el balón, ni encontraron el sitio. Tampoco enseñaron colmillo. Poco, en una primera mitad donde en su puchero no hubo alimento para cebar de fútbol ante el hambre de un equipo murciano que, desde el inicio, mostró su avidez con el balón, una codicia que le llevó a dejar atormentado al rival, noqueado ante los golpes de intensidad de los locales.
Y aquí, y ahora, y siempre -si la totalidad del partido fuera un todo-, comenzó Marc Baró a levitar asido a su docencia física. Dio una lección de desgaste al rival, ejerció un protagonismo cruel sobre los norteafricanos y les engulló hasta el aburrimiento. La metamorfosis del balear en su relación con la grada es digna de estudio. De ser repudiado, a ser enaltecido hasta la gloria. Lo que ha sufrido Baró -fundamentalmente entre la incomprensión de Munúa- podría sostener un manual sobre bipolaridad en el césped. Pues bien, marcó de pena máxima y remató a la madera cuando el periscopio atisbaba el descanso. ¿Antes era tan malo o los que le criticaban lo más redondo que habían visto era un volante de un coche? Con el prestigio del excelso primer acto del zurdo, se recogió el duelo esperando otra vida extra para los ceutíes, amordazados hasta ese momento.
Y, entonces, despuntó el partido para los de Romero. Tras el mitin del vestuario, fueron otros. Mutaron su vulgaridad hacia un equipo con envergadura, tanta con balón como la del Murcia defendiendo, ya mucha más cercana a la doctrina Alfaro conocida. Su paso adelante convirtió a los granas en mártires defendiendo, tejiendo, en campo propio, una tela de araña inaccesible. Pero sin padecer. Si algo han aprendido los murcianos es a defender. Pocos, muy pocos, han tomado las lecciones del míster de forma tan disciplinada. Tanto lo hacen que aburren al rival, le desestabilizan, le atan la congoja a la garganta viendo como el reloj gana velocidad de crucero. Y los caballas, buscando la bitácora de su ruta ofensiva, se perdieron. Tuvieron, aun así, opciones para desangrar a los locales. Cedric, Doncel o Dani Romero protagonizaron su sainete ofensivo, pero se perdieron sus remates lejos de las tablas que buscaban. Carrillo, entre el desconsuelo del juego de los suyos en el segundo acto, interpretó la efímera presencia en ataque de un bloque entregado a la causa de sostener el marcador, la justificación a noventa minutos infartados donde los granas vuelven a imaginar un futuro de PO, un futuro que Marc Baró dio forma con una sublime interpretación.
Ángel García
@__AngelGarcia__
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