REAL MURCIA-1-1-ATLÉTICO B
REAL MURCIA: Gazzaniga, Javie Mier, Alberto, Saveljich (Antxón Jaso, 46), Cadete, Moha, Palmberg (Carlos Rojas, 71), Pedro León (Boateng, 84), JC Real, Loren Burón (Toral, 60) y Pedro Benito (Cadorini, 71). Suplentes: Íker Piedra (ps), Larrea, Toral, David Vicente, Ben Knight y Andrés López.
ATLÉTICO B: Iturbe, Boñar (El Jebari, 80), Spina, Martín Pascual, Julio Diaz (Pablo Pérez, 36), Javi Serrano, Diallo (Janneh, 80), Kostis, Ale García (Jano, 66), Rayane (Íker Kuque, 66) y Adrián Niño. Suplentes: Luis Miguel (ps), Mestanza. Gismera, Joaquín y Martínez.
Árbitro: Gódia Solé (colegio catalán). Amarillas para Diallo (68´), Alberto González (71´)
Goles: 01- (min. 77): Cadorini. 1-1 (min. 92): Adrián Niño.
Incidencias: Nueva Condomina. Minuto de silencio por las víctimas de la DANA en Valencia.
Comentario: Cada vez los noviembres son menos noviembres. Como los abuelos que hurgan en sus recuerdos para comparar los precios de la vida, el tiempo de los calendarios o las discusiones sobre las obras, el Real Murcia se asoma a este otoño de forma muy distinta a anteriores estaciones. Lo de los granas no es un ejercicio de memoria, su retentiva, en partidos con curvas, se ajusta a sus virtudes y al balón, pocas incógnitas cuando la ecuación no va más allá de los tres puntos… y se quedan, por los hados, en uno.
Así, sin mirar atrás con rutinas de érases y entonces, todos son historias y la del Real Murcia siempre se compara con lo anterior, en épocas de bonanza, en las costuras que buscan coserse para recordar lo que fueron. Y no están los partidos y sus miedos para recordar pesadillas de Deseados, Moros, Chichos y Gálveces. Ahora, no. Ahora el único miedo a los despachos se asocia a no justificar su valor con el balón, a esconderse, a perpetuar miedos cuando a la maquinaria le falta grasa. Y eso no sucedió ante el Atlético, nunca. Sí lo hizo una semana atrás, cuando jugaron encogidos en Ceuta en un desliz venial. Revalorizarse para la causa fue el trámite exigido por Fran Fernández. Lástima la inventiva de un córner, la trampa de un destino que fue ingrato en el descuento.
Y eso que ese había sido el propósito de enmienda de los granas ante un equipo extraño pero de los que te hacen firmar el testamento como aval en las presentaciones. Porque suelen ser atípicos los filiales. Al talento y a la calidad innata que se les atribuye por principios, se les tiende a sumar cualidades que, por juventud, a veces perjudican más que ayudan. El Real Murcia es los equipos que, por norma, se pierde en contextos tan singulares y multiplica las virtudes de los rivales -ya sean filiales o no- cuando no terminar de encajar el andamiaje ensayado. Y eso, ayuda al contrario, le quita fantasmas y le deja en paños menores. Al final, es cuestión de sostenerse en un papel donde el escenario o bien ahoga o te insufla oxígeno a pajera abierta.
Los del Niño Torres son un bloque tan joven como con agallas para sostener la frente del rival con la suya, en un reto infinito. Compite como un veterano, se descuelga en las bandas y muestra colmillo en los duelos. Realmente, de esta forma, no había realidades fabuladas. Todo era ciencia ficción, un espectáculo donde costó encontrar intérpretes, en el primer acto, adecuados a un debate en el que, con balón, había dudas para asignar roles; ¿quién era el veterano y quién el equipo nobel? Solo Pedro Benito, dando dentelladas sobre la zaga contraria, conseguía dar forma ofensiva a un bloque local que jugaba con el cinturón de seguridad anclado en su pasaporte.
Físicamente, el equipo creció la reanudación. Corrió con mucho más criterio y se hizo grande en campo contrario. El centro del campo se acostumbró a jugar menos cerrado y mucho más vertical con Moha -cuyos pulmones se agigantan con el paso de los minutos- como único eje. Es, como de costumbre, el que aferra el dibujo táctico del banquillo al césped, el que marca el ritmo, el que antoja el dulce al paladar de la grada. Si, además, la línea ofensiva se afloja el nudo pues otro relato se acomoda en el césped. Así, sucedió lo previsible; los colchoneros buscaron su espacio cada vez más cerca de su área y el Real Murcia se comenzó a gustar.
Pedro León, en el 57, remataba al larguero moldeando un guion escrito con buena letra en campo siempre atlético. Atusado con sus mejores galas, atacar se convirtió en el destino de un equipo local que enviaba al cadalso al filial de Torres en cada ataque. Tanto apuró su vida defendiendo, que el gol de Cadorini protagonizó una justa representación local a la que le quedaba aún las dudas y titubeos de una narración incompleta. Porque el final, expuso motivos para sospechar del mal fario. Rojas, en el 88, pudo sentenciar una contra cuya diana fue la madera, pero, el sino grana habitual se apareció tras un córner mágico, de esos que solo ven quienes no ven. Niño, tras su saque, ponía las tablas y dejaba a los de Fran Fernández saboreando un punto que, por méritos y trabajos, se quedó corto, muy corto.
Ángel García
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